Durante tres años estuvieron resonando esas palabras en mi cabeza. “Difícil pero no imposible, Sandra”. Al principio como el eco de un insulto, al final como un grito de guerra.
Difícil porque tenía 38. Difícil por la endometriosis. Difícil porque todas mis historias de amor habían acabado en tragicomedia. En la última, Carlos me había engañado con su peluquera durante más de un año. Vamos, un guión de peli cutre que ojalá hubiera terminado con la tijera del flequillo clavada en la entrepierna.
La primera vez que me hablaron de endometriosis me sonó a chino. Creía que era algo que se había inventado la ginecóloga en un alarde de creatividad. Endometriosis. Más adelante me di cuenta de que en realidad la enfermedad y yo habíamos estado juntas toda la vida. Desde los 13 años. Ese dolor horrible, que a veces me dejaba sin respiración cuando tenía la regla. Antiinflamatorios. Calor. No poder a veces salir de la cama. O sea que endometriosis, ¿eh?
Encantada, yo me llamo Sandra. Un placer.
- La endometriosis es una enfermedad crónica, que supone la presencia de células endometriales fuera del endometrio. Ese tejido ectópico se engrosa y sangra, al igual que el endometrio normal, durante el ciclo menstrual. Por eso se pueden formar quistes, que se llaman endometriomas, con contenido hemático que producen dolor. Que es lo que te ha pasado en el ovario izquierdo, Sandra.
- O sea que es como tener la regla en los sitios donde estén esas células descolocadas, ¿No?
- Eso es, pero sin orificio de salida. Por eso la sangre se acumula y produce dolor.
Recuerdo perfectamente cómo la ginecóloga me lo explicó. Me dio mil ejemplos para que lo entendiera y me hizo dibujos. Dibujó una bola enorme en mi ovario izquierdo. Mierda!!!
En ese momento estaba ingresada por una crisis de dolor que me había asustado por ser mucho más fuerte de lo normal. Cuando me hicieron la ecografía en urgencias tenía un quiste de 12 centímetros. Tuvieron que operarme y la ginecóloga me dijo que lo más probable sería que tuvieran que extirpar el ovario izquierdo. Ahí lloré mucho. Porque cada vez lo veía más difícil. Difícil, pero no imposible.
Fue también aquel día en urgencias cuando le dije a la ginecóloga que quería ser madre. Que si tendría algún problema para ello. “Puede que sea más difícil para ti que otra paciente sin tus características. Difícil, pero no imposible.”
Ahí lo vi todo muy negro la verdad. Lloré mucho. No entendía por qué tenía que ser todo cuesta arriba.
El día que me dieron el alta de aquella laparoscopia comenzó una carrera de fondo en la que corría sola, porque no necesitaba a nadie más para llegar a la meta.
Tres inseminaciones fallidas. Una FIV sin éxito. Premio a la segunda. Dos años después, en ese mismo hospital, la misma ginecóloga me estaba dando el alta de la planta de Maternidad. Con el pequeño Bruno en mis brazos. Fue un embarazo feliz y un parto muy duro con mi madre a mi lado.
Lo difícil se convierte en imposible solo si no se lucha por ello. Y las mejores cosas de la vida son muchas veces difíciles.
Salí del hospital con Bruno en brazos dormido plácidamente como si fuera él quien había corrido esta larga y preciosa carrera de fondo.