Marta estaba sentada en su sofá de Ikea, con las piernas extendidas sobre el regazo de Pablo. Eran las nueve y media de la noche y se disponían a empezar Killing Eve, en HBO. Su hermana Ana le había insistido mucho para que la viera. Habían pedido pizza para cenar y, justo cuando terminaba la canción del principio, Marta se inclinó hacia la mesa para coger el último trozo. En ese preciso instante, notó cómo un líquido caliente y muy abundante empezaba a caer entre sus piernas y a mojar sus pantalones, los de Pablo y el sofá.
Un terror absoluto se apoderó de ella y de un salto se puso en pie. La matrona la había llamado por teléfono hacía unas semanas para decirle que el exudado del estreptococo era positivo y que el día del parto le pondrían antibiótico. En ese momento no se le ocurrió preguntar nada más pero después le invadieron muchísimas dudas sobre si era peligroso y si tenía que acudir corriendo a urgencias, así que, ante la duda, Pablo y Marta cogieron sus cosas y fueron directos.
Marta tenía 35 años, era su primer embarazo y no había planeado una maldita pandemia en la semana 39. No tenían mascarillas y estaban tan nerviosos que no se acordaron del coronavirus hasta que se entraron por la puerta. Cuando tomaron sus datos le dieron una mascarilla y Marta pasó sola al área del paritorio. Allí la recibió una matrona, Sara, que después de presentarse le preguntó el motivo de acudir a urgencias. Marta empezó a hablar como en un trabalenguas, dijo ocho veces líquido, seis estreptococo y cuatro peligroso. Sara sonrió, se le notaba en los ojos incluso con la mascarilla, y le explicó que no debía agobiarse, que había hecho bien acudiendo a urgencias y que simplemente le administrarían antibiótico intravenoso para prevenir.
Después la exploró; efectivamente, la bolsa estaba rota, el líquido era claro y tenía una dilatación de un centímetro y el cuello formado. Le puso un monitor y a la media hora la acompañó a la habitación de al lado, donde yo la esperaba. Me presenté y comprobé que el monitor estaba bien. Tenía alguna contracción que ella percibía suave. Le hice una ecografía y le enseñé a su pequeño “coronial”; Marta se emocionó y me confesó que tenía mucho miedo. Le dije que debía estar tranquila y que todo iba a salir bien, le administraríamos la profilaxis antibiótica y esperaríamos unas horas para ver si las contracciones se hacían más regulares y conseguía ponerse sola de parto. Hice el ingreso, pauté la medicación y Marta y Pablo fueron juntos a la habitación asignada. Dos horas después, a partir de las 12, empezó a notar las contracciones más fuertes y más seguidas. Pablo iba apuntándolas con el móvil. A las tres de la mañana avisaron a la enfermera y un celador los llevó de nuevo a paritorio. Sara volvió a explorar a Marta. Tres centímetros y el cuello borrado. Los acompañó a una sala de dilatación e invitó a Marta a que se diera una ducha de agua caliente para aliviarse un poco. La ducha la dejó como nueva, aunque cada contracción hacía que dejara de respirar, nunca hubiera imaginado que podía doler tanto. Aguantó un par de horas más, estaba monitorizada a ratitos pero necesitaba moverse, y después de pensarlo decidió que quería ponerse la epidural. Avisó a Sara y ésta llamó al anestesista de guardia. Un chico joven y guapo. “Qué vergüenza… Bueno, mira, me da igual todo, quiero que me quiten este dolor por favor.” Veinte minutos después no sentía casi las piernas ni el dolor de las contracciones. En las siguientes horas, la dilatación fue evolucionando y a las 11 de la mañana sentía de nuevo dolor y presión y ganas de hacer caca. Avisó a la matrona, que se llamaba Elisa (Sara se había despedido de ellos a las 9 de la mañana ya que su turno de 12 horas había terminado). Elisa la exploró y le dijo que ya estaba a punto de conocer a su pequeño.
Muchísimo miedo se apoderó de ella pero Elisa le dijo que lo iba a hacer genial. Pablo le agarró la mano y después de 40 minutos empujando como si se le fuera la vida en ello, Lucas empezó a llorar y, sin darse cuenta cómo, lo tenía ya pegado a su pecho. Marta y a Pablo empezaron a llorar también y los tres silenciaron en la habitación todos los miedos y los recuerdos de esa pandemia.